Revue de la BPC
THÈMES II/2006
http://www.philosophiedudroit.org
mise en ligne le 17 novembre 2006
__________________________________________________________________________________________________________________________
La construcción
del yo et de su identidad en el niño
par William Daros (*)
Resumen: El autor recuerda la
importancia que está tomando actualmente el derecho a la propia identidad. La
construcción del yo implica la construcción del conocimiento de la propia
identidad. La identidad real expresa la permanencia del sujeto, aunque cambien
sus actos y los objetos de sus actos. En esa construcción que implica la toma
de conciencia de la permanencia del sujeto aparece la idea del yo, la cual es
ayudada por el estímulo del lenguaje. Esa toma de conciencia de la identidad
supone también la toma de conciencia de la diversidad de sus actos y de los
diferentes actores. La adquisición de la conciencia de la propia identidad
requiere un aprendizaje y conlleva una superación de la identidad alienada,
esto es, solamente proyectada y vivida en otro.
Palabras claves: Identidad, derecho,
conciencia, yo, construcción, permanencia, diversidad.
Abstract: The
author remarks on the concern that the identity´s right had taken today. The construction
of the “I” supposes the construction of own identity. The real identity makes
evident the permanent subject, though his actions and the object of his actions
has been changed. The idea of an “I” is made up in a lexical construction that
makes it possible. The identity supposes also diversity. The self consciousness
requires learning and the overcoming of the aliened identity, that is one
identity only proyected on other.
Key
words: Identity, right, consciousness, I, construction, duration, diversity.
La identidad real y el conocimiento
1. Los derechos tienen su sede en las
personas, pero ellos requieren una construcción social para que puedan tener
vigencia[1].
Hoy, UNICEF y otras instituciones están haciendo crecer la conciencia de la
importancia del derecho a la identidad personal y social. Este derecho implica
conocer la propia historia, el propio origen ser en el tiempo y en el espacio.
La desaparición de personas recién nacidas ha constituido un delito aberrante
contra este derecho que posee también el recién nacido por ser persona.
La identidad, jurídicamente
considerada, consiste en el conjunto de atributos, de cualidades, tanto de
carácter biológico como referidos al desarrollo de la persona (lo que constituye la personalidad) y que permiten
individualizar, con precisión, a un sujeto de derecho en una sociedad. Se trata
de una identidad atribuida exteriormente
a una persona.
Mas la persona no solo es desde de
atribución para los derechos: ella es la sede del derecho; es el derecho
subsistente[2]. Y en la
persona radican derechos fundamentales, primeros respectos de la sede social
que puedan tener otros derechos[3].
Se estima que todo socio tiene derecho, en una sociedad, a
tener un trato igualitario ante la ley, pero, al mismo tiempo, a ser él mismo,
con sus propias diferencias[4].
El derecho a la identidad desde cada
persona y para cada una de ellas,
implica la identidad ontológica y psicológica, esto es, un acto de
autoconciencia con el que constata su permanencia del ser desde su origen
narrado y recordado hasta el presente, con sus proyectos de vida.
En la concepción de la filosofía de A. Rosmini, el hombre
puede tener una identidad real sin tener, sin embargo, conocimiento de ella,
esto es, sin haber adquirido la conciencia de su identidad. Aquélla existe o no
existe; ésta se construye.
El concepto de una identidad
real, referida a la persona humana, implica la permanente realidad del
sujeto.
Rosmini llama “sujeto” a todo principio activo[5],
realizador de actos o receptor de las acciones de otros sujetos, el cual,
mientras permanece -aunque varíen sus actos o los objetos de sus actos-, es
idéntico. El tema de la identidad supone, pues, al mismo tiempo, algo que no
varía (el sujeto del acto) y, en relación con él, algo que sí varía (los actos
y sus objetos).
2. Hemos dicho que la realidad del sujeto
se da en el hombre en cuanto existe, pero el
conocimiento del la identidad, expresada mediante el monosílabo “yo”, es
un conocimiento que cada uno construye:
es la toma de conciencia de la
permanencia del mismo sujeto, del mismo actor (idéntico) de sus actos diversos.
Ahora bien, entre tantos actos que
realiza el sujeto humano, realiza también el acto de conocer. En el conocer, el
sujeto realiza un acto, estimulado por algo sentido, de modo que, ayudado por
la luz de la inteligencia, siempre en acto, ésta ilumina lo sentido, y el
sujeto humano se hace una forma o idea de lo sentido, convirtiéndolo en objeto
conocido.
Según Rosmini, la inteligencia -aun
en potencia- consiste en conocer; y conocer implica un objeto conocido, supone
conocer algo: al menos el ser indeterminado. Sin el ser indeterminado -luz de
la inteligencia- no se podría hablar de inteligencia. Es inteligente quien,
desde el nacimiento, posee la intuición -no conscicnte- del ser indeterminado.
Este ser que, como medio, ilumina los entes que sentimos, se llama, en la
concepción rosminiana, ser-idea, pues una idea
es aquello que, como medio, nos permite conocer.
3. La percepción
es la forma de conocer más directa que posee el hombre. Él percibe
sensitivamente cuando siente algo; y percibe
intelectivamente cuando además conoce directamente (sin reflexión) lo que
siente[6].
Pero podríamos preguntarnos, ¿qué es
lo que el hombre percibe intelectivamente por primero: los objetos
exteriores, o bien, a sí mismo?
Para responder a esto, debemos
considerar que la atención es la
fuerza con la cual el sujeto actualmente conoce. “Prestar atención” supone que
el sujeto puede dirigir su fuerza o capacidad de conocer a un objeto u a otro.
Ahora bien, al conocer, el sujeto humano primeramente tiene dirigida su atención
a los objetos exteriores que
modifican sus sentidos, y a los cuales instintivamente dirige su atención para
percibirlos, si ello satisface una necesidad[7].
En caso contrario, cuando el niño no dirige su atención a un objeto determinado
(como puede ser, para el bebé, el pezón de pecho materno, por ejemplo), no percibe
un objeto determinado, y parece ser que el niño pequeño goza de un difuso
estado de bienestar y se duerme.
4. La percepción intelectiva de un ente
exterior consiste, -aunque esté movida por una necesidad interna-, primeramente
en sentir y conocer la acción del ente exterior sobre los sentidos. Con ello,
el ser humano siente y conoce “algo”, esto es, un ente en la forma en que éste
actúa sobre los sentidos; pero para conocerlo más cabalmente deberá percibir
sus otras (posibles) formas de actuar sobre los sentidos.
El conocimiento positivo de un ente
es algo que se construye gradualmente.
El hecho de que exista una facultad con
poder para conocer, llamada inteligencia, y el hecho de que esta facultad
implica la presencia objetiva del ser
indeterminado como idea o medio para conocer los entes, no reemplaza la
necesidad de los sentidos y de la observación para que el hombre pueda conocer
cualquier ente. Todo el conocimiento humano se construye, menos la inteligencia
en cuanto es la facultad necesaria para conocer.
“En
efecto, es por la observación sobre el modo
en que obra el ente sobre nosotros y por sus efectos, que él produce en
nosotros, que nosotros llegamos a conocer sus propiedades y cualidades y toda
su condición”.
El
entendimiento, con todo acto suyo, percibe lo menos posible; esto es, percibe solamente aquel tanto de objeto
sensible que es constreñido a percibir por su necesidad, que es el estímulo
que lo hace investigar y despierta sus actos, y nada más”[8].
Con esto queremos significar, por un
lado, que el conocimiento de los
entes exteriores (el conocimiento de un árbol o de una flor, por ejemplo) se construye, sin que los entes mismos sean
construidos; y por otro, que el conocimiento es gradual, sin ser, por ello,
subjetivo: depende de las necesidades del sujeto para éste le preste
atención a un objeto y elabore un conocimiento del objeto. El niño elaborará,
pues, primeramente los conocimientos de los objetos de los cuales tiene
necesidad; solo cuando tenga necesidad de sí mismo elaborará el conocimiento
de sí: de su identidad.
5. Queda claro, para Rosmini, que el hecho
de que el hombre sienta, (esto es, de que posea un sentimiento de lo que es
él), no significa que posea, por ello, una conciencia de sí. “Este
sentimiento-hombre no es el YO, porque el Yo no es un sentimiento: es una
conciencia”[9].
Por otra parte, una cosa es
conocer los entes exteriores; y otra cosa es conocer los entes interiores
(nuestros actos); y, en tercer lugar, cosa diferente es conocer al agente de
esos actos. En este tercer caso, hablamos del conocimiento de sí mismo, de tener conciencia de sí, esto es, del
que realiza el acto de conocer con el cual conocemos otros entes y nos conocemos.
La conciencia, en efecto, no es una cosa o sustancia separada, sino un
acto del sujeto que vuelve sobre sí (acto reflexivo), con el cual el sujeto se
toma como objeto de conocimiento a sí mismo: en realidad, en ese acto surge el
“sí mismo”; aparece la idea de la identidad
del sujeto permanente ante la variedad de actos y objetos conocidos.
La conciencia no es un sentimiento;
tampoco es un mero acto de conocimiento directo (una percepción). La conciencia
es la percepción de una percepción, o sea, de un conocimiento directo anterior.
La conciencia es, pues, un acto reflexivo
que vuelve sobre un conocimiento ya tenido y lo toma como objeto de
conocimiento. Conciencia no es saber (conocimiento directo o perceptivo de un
objeto), sino saber de saber (conocimiento
directo vuelto -y por esto llamado reflexivo- sobre un conocimiento anterior)[10].
Mas este conocimiento accidental llamado consciente (y que sustantivado
llamamos la conciencia, como conjunto
de actos conscientes) no es -él en sí mismo- conciencia de ser conciencia.
Siempre se da pues un conocimiento no consciente (directo) que solo con otro
acto de conocimiento posterior podemos hacérnoslo consciente[11].
6. En la adquisición de la conciencia de
sí, el lenguaje juega un importantísimo papel. El lenguaje, en efecto, es el estímulo
vicario de innumerables cosas. La palabra es especialmente adecuada para
llamar la atención sobre objetos no presentes, sobre aspectos abstraídos de
objetos complejos, sobre relaciones y sobre sí mismo, o sea, sobre el “yo”.
Las palabras (u otros tipos de
signos, como son los pictóricos) constituyen el aspecto del material del lenguaje, o como decimos ahora, el significante. El significado está constituido por la idea que suscita (o a la que
remite) el significante. El significante sonoro es unido, por el niño, a una
imagen. Luego, al oír la palabra, recuerda la imagen.
Sobre la imagen, aprendemos como
niños a formarnos una idea de las cosas concretas, que Rosmini llama “ideas
imaginales”[12]. Dados los
gritos del niño, éste advierte que la madre viene a socorrerlo, y así el
sonido (grito, lloro) queda unido a una experiencia concreta (madre cerca). Los
vocablos toman luego lentamente el lugar de sus gritos, cuando advierte que con
las palabras también es gratificado. Los vocablos sirven, pues, para revocar
las imágenes.
7. En este contexto, el monosílabo “yo” es
el significante sonoro o escrito de un concepto (el cual es el significado):
del concepto de sujeto que toma conciencia de ser él, el mismo que existe y que
realiza la acción de conocerse.
El vocablo “yo” es una sensación
vicaria, oída o escrita, (del sujeto que se toma en consideración) y a la que
el sujeto aprende a unir la idea del yo. Mas el sujeto no volvería fácilmente
sobre sí mismo si no tuviese la ayuda de este vocablo y no sintiese alguna
necesidad de volver sobre sí, en cuanto actor o agente de acciones.
“Las
acciones del niño son externas, caen bajo sus sentidos, como las acciones de
los otros; el sí mismo, por el
contrario, es interior; es el principio invisible que produce aquellas
acciones. Él conoce, pues, sus propias acciones antes de saber que son suyas; antes de referirlas a sí mismo con su entendimiento;
porque el sí mismo no existe todavía en su entendimiento”[13].
8. La primera y elemental forma de
conocimiento de sí mismo que adquiere un niño consiste en la percepción de sí operante, siendo este “sí” el
sentimiento fundamental y permanente que es el niño viviente. El niño se percibe
como un sentimiento permanente operante, esto es, existiendo y también haciendo
alguna acción.
Mas esta primera percepción del yo
operante no es aún una plena idea del yo, porque carece aún de la idea de
permanencia y de identidad del yo.
“Es,
pues, este primer YO `el sentimiento sustancial operante que percibe a sí mismo
y que se expresa´. Pero con una reflexión mayor, que el hombre haga luego sobre
sí mismo, él vendrá a conocer la identidad de sí hablante y de sí hablado;
y entonces recibe una significación más completa, viniendo a significar `el
sujeto humano operante (el sentimiento sustancial operante) que se percibe a sí
mismo como operante, que como tal se expresa, y sabe que él, que habla, es
idéntico a él que ha hablado´”[14].
9. No es suficiente que los niños usen los
pronombre yo, tú, él, para que los
entiendan y los apliquen correctamente.
Elaborar la idea del yo, esto es,
elaborar su comprensión y uso, requiere algunas condiciones:
“El
YO, en efecto, supone, como hemos visto, 1º que el hombre que haga uso de él,
tenga el concepto abstracto de la acción de hablar; 2º que refiera esta acción
de hablar a un sujeto que habla; 3º que entienda que el YO significa justamente
este sujeto que habla. ¿Quién no ve cuán
difícil debe ser hacer todo esto por parte del niño?”[15].
Con frecuencia, lo niño, al no poder
identificar el pronombre Yo con él mismo que está hablando, utiliza su nombre
propio (Pedro, por ejemplo) para referirse a sí mismo, considerándose -desde
nuestro punto de vista de adulto- como desde afuera de sí. Así, como escucha que
otros lo llaman Pedro, no dice entonces “Dame pan”, sino “Da pan a Pedro” o
“Pedro quiere pan”. Esto indica que no ha construido
aún la idea de YO.
10.
Rosmini estima que existen
grados de intelección que los niños van gradualmente construyendo para
comprender. Resumamos brevemente sus largos análisis, mediante algunas de sus
afirmaciones.
“En
el primer orden, el niño no percibe sino los objetos externos. Supongamos que
en el segundo él perciba las acciones. En tal caso, solamente en el tercer orden,
y no ciertamente antes, las aplicará a un agente; pero él no sabrá todavía de
ser él mismo este agente, porque entre los agentes no ha encontrado aún a sí
mismo. Llegado a este punto, él no puede hablar de sí más que en tercera
persona”[16].
En un cuarto orden de intelección,
el niño comienza a notar con distinción las diferencias de las cosas. Ayudado
por el lenguaje y sus pronombres, y por sus propias necesidades, el niño
comenzará a percibirse y distinguirse a sí mismo como agente entre otros
agentes; y como alguien que permanece y se distingue de sus acciones.
11. La necesidad, que aparece ahora y que
lleva al niño a prestar atención a sí mismo, se halla en la necesidad de
atribuir las acciones a los actores. Entonces el niño puede atribuir al
sentimiento fundamental que él siente (que es su vivir, su sentimiento-vital)
ciertas acciones que se dicen suyas o propias.
Primeramente, el niño no puede
atribuirse ciertas acciones si, al mismo tiempo, no se ha percibido como un
sentimiento fundamental permanente. Cuando lo logra, entonces el niño
entiende el monosílabo YO como significante de aquel sentimiento fundamental
que comprueba y percibe como autor de acciones. Mas ahora le añade, en la plena
comprensión de yo, la identidad que
se da entre él que conoce y pronuncia, y el sentimiento fundamental operante.
12. De aquí la importancia de la identidad: sin identidad no hay yo, sujeto
responsable de sus acciones. Se trata todavía de una identidad al presente
entre la acción y el sujeto de la acción (sujeto ínsito en el
sentimiento fundamental). No se trata aún de una identidad del sujeto (del
mismo sujeto) en el tiempo
transcurrido: en el pasado y en el presente. Mas, ayudado de la memoria, el
niño comprenderá rápidamente también este aspecto.
“La
IDENTIDAD del YO, en medio de la variedad de las acciones y de los tiempos, es
un conocimiento que nace y que se refuerza poco a poco, mediante continuas
experiencias, y acrecienta infinitamente el conocimiento de sí mismo”[17].
Con la obtención de la conciencia de
la propia identidad, el niño (y el ser humano en general), se inician en la
construcción de la propia personalidad, en la conciencia de la propia historia
personal y social.
La imputación moral, consecuencia de la toma de conciencia de la
identidad propia
13. Mientras el niño sólo se siente a sí
mismo, obra según las leyes del sentimiento espontáneo, según el placer o dolor
que siente. Mas cuando el niño comienza a percibirse a sí mismo, él adviene un
gran cambio en sus acciones: surge el operar libre y moral.
Mientras el niño no se percibe, no
puede proponerse a sí mismo como finalidad de sus acciones voluntarias. No hay
posibilidad de que el niño sea moralmente egoísta. La voluntad sólo obra tras
el conocimiento de las cosas, a las cuales adhiere o rechaza. Por lo tanto, hasta tanto
no se conozca no puede hacerse objeto de su voluntad y ser egoísta.
“El egoísmo
no puede comenzar antes que el hombre se haya entendido a sí mismo. Por lo
tanto, de la noticia del yo comienza la posibilidad del verdadero egoísmo”[18].
El egoísmo consiste en ponerse a sí mismo como finalidad de
sus acciones. El primer grado de egoísmo se halla en olvidarse de los otros y
no pensar más que en sí mismo. Este grado de egoísmo nace generalmente de la
ignorancia: en considerar y darles importancia a los objetos solo en relación a
nosotros mismos y no por lo que ellos son.
Pero el egoísmo, un segundo grado, se halla en juzgar con
medida diversa a nosotros mismos y las cosas propias, respecto de los otros y
de sus cosas[19].
Lo propio de una buena educación, en
esta edad, se halla en ayudar a que el niño conozca y reconozca las cosas y
acontecimientos con toda imparcialidad.
14. Pero la toma de conciencia de la
identidad propia no es un camino que necesariamente lleva hacia el egoísmo; es
también el camino para reconocer la propia responsabilidad y valor moral.
“Esta
conciencia hace de modo que el hombre pueda juzgarse a sí mismo, pueda imputar
a sí mismo sus acciones, entender la imputación que le viene hecha por parte
de los otros, la alabanza, la desaprobación, el premio y el castigo”[20].
Como la conciencia de sí implica la
conciencia de la propia identidad en varios tiempos, surge la posibilidad de la
memoria de las cosas pasadas y los proyectos abiertos hacia el futuro. La
ausencia de la idea de pasado excluye la memoria del dolor y el placer pasado,
como la ausencia de la idea futuro excluyen la idea temor por lo venidero
desconocido. Antes de la idea de sí mismo, la vida del niño está ceñida al
presente.
El niño pasa ahora de la identidad
real (la permanencia de sus sentimiento fundamental), a la idea de un YO, en
parte, permanente y, en parte, incesantemente modificado, del cual registra los
cambios y puede hacerse una idea de su propia identidad (conciencia de la permanencia
de sí) y de la responsabilidad moral de sus actos.
“La
verdad es que nuestra propia identidad consiste en esto: que `el Yo conoce que
él es siempre el mismo en medio de continuas variaciones que nacen en él´. Por
lo tanto, el YO es sujeto, a un tiempo, de inmutabilidad y de variaciones”[21].
El yo invariable y el yo variable no
constituyen dos YO, sino que son el mismo principio viviente en potencia (único
y simple) y en acto (único y simple como principio, pero con los diversos
términos de sus actos), tomando conciencia de sí. Mas para que surja la idea
del YO se requiere reflexión, y no estar encerrado en las percepciones que son
como imágenes presentes; pero que no llevan a la reflexión sino que, al
contrario, la evitan[22].
15. Hasta tanto el niño carece de la
conciencia de la propia identidad, apreciará los actos separadamente; mas no
los referirá a su persona. En consecuencia, el niño se fastidiará no poco si
le incriminamos durante varios días, repetidamente, el haber cometido una acción.
Por consiguiente, cuando el niño,
carente de identidad propia, promete no cometer más una acción, esto significa
para él que no la cometerá más ahora; que dejará de hacerla en el presente.
El niño adquiere primeramente la
conciencia de sí al presente: advierte que es él el que realiza una acción.
Por ello, juzga solo su acción presente; cada una de ellas separadas del resto.
En un segundo momento, advertirá la permanencia del mismo sujeto en el
transcurso de varias acciones: esto requiere una idea universalizada del
sujeto; y es entonces cuando la conciencia de sí se convierte en conciencia de
la propia identidad (la identidad de sí en varios tiempos)[23].
16. Por cierto que el ámbito en que vive el
niño le hará tomar una diversa identidad social de sí mismo, lo cual le
otorgará capacidades y discapacidades socialmente adquiridas[24].
La identidad personal se va
conformando en un contexto social y nace así la idea de la identidad social, de la permanencia y de los cambios del grupo de
personas que acompañan al niño y que constituyen su punto de referencia y su
apoyo para una escala de valores por los cuales luchará cada individuo[25].
Ante todo el niño reconoce la permanencia idéntica de las
personas (especialmente de la madre) que lo rodean, no obstante que cambien de
ropa o posición. Luego surge la identidad de las cosas y finalmente, la identidad
propia.
Mas pedagógicamente hablando, la
identidad, cuando se realiza proyectándose en otro, es una identidad heterónoma: un proceso de
identificación con alguien. Propiamente no se ve a sí mismo sino al otro, o a
sí como otro que él desea ser, al que admira.
Si esto se prolonga y sucede con los adultos, entonces puede
producirse el fenómeno de una identidad
alienada, proyectada en el ídolo, masificada, carente de identidad
personal[26]. La
extraversión de la vida posmoderna contribuye no poco a la realización de este
fenómeno piscosocial. Se fantasea con la idea de ser el otro (el famoso, el
rico, el hermoso), de tener los derechos o facilidades que tiene el otro, pero
ignorando las circunstancias y esfuerzos que realiza el otro. Se trata de
alfabetos sociales de la propia identidad[27].
17. El concepto de educación puede tomarse en
varios sentidos: es polisémico. Algunos consideran que la educación equivale
al contenido que ha aprendido una persona, hasta el punto que una persona
educada es sinónimo de una persona erudita. Otros consideran a la educación más
bien como un proceso de maduración de la persona: como un cambio cualitativo
que se produce en el sujeto que se educa.
En este segundo sentido, la
educación puede ser considerada todavía en dos aspectos: como una forma de
maduración producida por agentes externos a quien se educa (heteroeducación);
o por cada sujeto que ejerce sobre sí mismo el proceso de cambio, siendo
responsable de los mismos (autoeducación).
18. La educación, entendida como heteroeducación,
es generalmente el concepto de educación que ofrecen los sociólogos y
políticos. Émile Durkheim nos ha dejado una definición de la educación como un
proceso de socialización metódica de las generaciones jóvenes:
“Educación
es la acción ejercida por las generaciones adultas sobre las que no están
todavía maduras para la vida social; tiene como objetivo suscitar y desarrollar
en el niño cierto número de estados físicos, intelectuales y morales que
requieren en él tanto la sociedad política en su conjunto como el ambiente
particular al que está destinado de manera específica”[28].
19. Si para Durkheim la educación es un
proceso que responde a necesidades sociales, para otros pensadores la
educación no puede reducirse solamente a eso. El hombre es una persona con
actividad, con deberes y derechos individuales, anteriores o lógicamente
previos a la constitución de la sociedad y a la concepción del hombre como un
socio de otro hombre. Los hombres pueden tener entre sí relaciones de justicia,
deberes y derechos, sin constituir sin más una sociedad, sin ser socio con otro
hombre. Dicho en otras palabras, si bien
el hombre es un ser social, su ser no se reduce a ser socio: él es también
una persona con libertad y responsabilidad individual.
En este contexto, algunos pensadores
consideran el proceso educativo como un proceso orientado a formar a las
personas, las cuales tienen también entre ellas relaciones sociales. La
autonomía (aunque sería preferible hablar de autodeterminación[29])
se convierte entonces en una finalidad importante del proceso educativo. Así
lo propuso especialmente la escuela activa.
“Para no ser un esclavo o un parásito, es
necesario que los jóvenes y las jóvenes vivan de una manera autónoma (de façon
autonome) para su bien y el de la sociedad... Pero es sobre todo a la autonomía
moral a la que tiende la nueva pedagogía en el dominio de la educación social
(dans le domaine de l´éducation sociale)”[30].
20. Ahora bien, en el contexto de la
filosofía de A. Rosmini, la educación es un proceso que, si bien es ayudado
por diversos agentes (padres, docentes, escuelas, etc.) fundamentalmente es un
proceso de aprendizaje y el producto de ese proceso de aprender.
Pero la educación es un proceso en
el cual, más que aprender cosas (matemática, historia, etc.), el que aprende
aprende a aprehenderse, esto es, a dominar sus posibilidades de ser. Y en este
contexto, es fundamental el aprendizaje de la propia identidad, el aprender a
ser uno mismo libre y responsable de su ser en su dimensión individual y
social.
21. Al
aprender, como la palabra lo indica (apprehendere),
adquirimos informaciones,
habilidades, conductas que no eran innatas; pero sobre todo adquirimos el dominio de nosotros mismos, de nuestras
posibilidades, desde el núcleo de nuestra identidad: aprendemos a ser nosotros
mismos; a decidir acerca de nuestras acciones.
Al aprender, cada sujeto
debe realizar una actividad, que a veces exige esfuerzo, para lograr una
finalidad: es una actividad, una realización del psiquismo humano más o menos
fácil o costosa según las personas y según sus deseos o proyectos de vida. Aquí surgen las dificultades psicológicas del aprendizaje
y de la educación[31].
22. Ahora bien,
según Rosmini, la actividad de psiquismo al aprender está motivada por diversas
razones, que aclaran algunas exigencias psicológicas del aprender humano:
a) Ante
todo, aprendemos movidos por los
estímulos exteriores que excitan la atención intelectiva del hombre. La
atención es un acto con el cual se concentra la fuerza intelectiva sobre un
objeto con exclusión de los otros. Esta atención es “llamada” o concentrada,
ante todo, mediante sensaciones placenteras o dolorosas hacia las cuales el
sujeto se vuelca para gozarlas o evitarlas[32].
Lo primero que mueve al psiquismo del sujeto
humano es el ambiente que lo rodea y lo estimula, produciendo sensaciones en
el sujeto. Lo que siente el sujeto humano, en su primera e imperfecta acción
de percibir, es una acción, que un
ente diverso del sujeto (por lo tanto, extra-subjetivo) hace en el sujeto que
siente. Pero no cae bajo la atención del sujeto, el sujeto mismo, ni el modo, las características o cualidades
de esa acción. Los niños, -y en forma análoga los pueblos primitivos-,
parecen responder a "esta ley psicológica: Ver en todas partes lo
ilimitado y tener suma dificultad en notar los confines de las cosas"[33].
En la percepción, se percibe todo el objeto percibido; pero el niño
en particular, y el hombre en general, no prestan igualmente atención al todo y
a las partes. Lo imperfecto es el aspecto
psicológico de la percepción por la falta de dominio de la atención de sí
mismo o del estímulo preciso que defina el interés en la atención. Dado que
los intereses cambian y se definen, también la atención y, por lo tanto, lo
que se percibe, se delimita psicológicamente por esos intereses.
Luego
movido por su necesidades, el sujeto humano va poniendo atención a los modos de operar del agente exterior
a él, y entonces perfecciona su percepción del ente, la cual se hace gradualmente
más positiva. La percepción humana es, pues, determinada por el objeto sensible
(extrasujetivo) -y éste es el aspecto objetivo de conocimiento- y condicionada
psicológicamente por los intereses del sujeto -y ésta es la limitación
psicológica del conocimiento humano-.
23. b) En segundo
lugar, aprendemos observando. Las
percepciones crecen y se perfeccionan en la medida en que la atención del
espíritu se aplica a todas las partes de la sensación que tiene del objeto. La
atención sólo puede observar lo que los sentidos le ofrecen: he aquí una
limitación y un camino de progreso. Cabe al sujeto observar todo y cada una de las partes de lo que
observa. Por ello, es muy importante la variedad
y armonización (tacto, olfato, oído, gusto, vista) de los sentidos que
emplea el ser humano, la frecuencia y
el tipo de contacto y manipulaciones
que puede realizar el sujeto con los objetos a fin de poder observarlos mejor
si le presta una variada atención[34].
Lo percibido de los objetos exteriores
constituye el contenido y el primer orden de intelección desde el punto de
vista gnoseológico; pero la forma de
percibirlos y observarlos constituyen los primeros principios y las primeras
dificultades psicológicas del aprendizaje. El psiquismo debe: l) advertir el
objeto exterior, 2) unir las sensaciones procedentes de diversos sentidos en un
solo objeto, generando una identidad objetiva, atribuyendo todas las cualidades
del objeto a un solo agente exterior relativamente estable (idea común de
cuerpo); 3) distinguir en una sensación única (por ejemplo, la visual) los
diversos aspectos (por ejemplo, los colores). Todos estos actos son diversos,
pero pertenecen a la percepción y por
ello, desde el punto de vista gnoseológico constituyen el primer nivel de intelección. También pertenece a este orden la memoria de las percepciones y las ideas imperfectas y asociadas (aún sin
análisis ni síntesis alguna), a partir de diversos sentidos, que surgen con la
actividad del psiquismo sobre el objeto de las percepciones.
El niño quiere observar
todo, experimentar todo y lo hace en forma no regulada. El niño, en el primer orden de intelección, observa pero no
razona. La función del docente, en esta edad, se halla "en regular las
observaciones y las experiencias", para que el niño domine lentamente la atención que pone en las mínimas partes del
objeto. Esto constituye ya un acercamiento a lo que será luego la percepción de
sí mismo como sujeto ante los variados aspectos del objeto. La capacidad de
aprender crece si crece el dominio de la atención (que es ya un dominio del
sujeto, aunque sin una conciencia vuelta sobre el sujeto) por parte del sujeto
que aprende, estimulado por un problema.
"Aprenderá aquel que se ejercita en tener firme el pensamiento sobre el problema que se propone. Una
de las ocasiones más comunes que impiden a los hombres la adquisición de la
ciencia es el no saber mantener el pensamiento dentro de los límites
propuestos hasta haberlo resuelto plenamente. Y no lo saben porque no se han
ejercitado; y no se han ejercitado porque sus maestros no les hicieron
conocer la importancia y la facilidad de salir de la cuestión y pasar inadvertidamente
a otra...Tener por largo tiempo el pensamiento en una cuestión resulta molesto.
Para quitarse de sí esta incomodidad los hombres (y más aún los niños)
precipitan la conclusión y afirman lo que todavía no han visto con el pensamiento"[35].
24. Aprende quien
llega a dominar su atención, esto es, la atención del sujeto que es capaz -como
sujeto único e idéntico- de unificar el dominio de sus fuerzas. Esto
posibilita mantener los pensamientos en coherencia,
formar un sistema o estructura de comprensión. Mas la coherencia es algo que
cobra importancia en la medida en que el niño es llevado a prestar atención a
lo absurdo que es la contradicción, con la cual se pretende afirmar que el ser
y la nada es lo mismo, que una silla es y no es, al mismo tiempo y bajo el
mismo respecto. El concepto de no-ser, de nada e incluso de muerte, no es un
concepto primario; porque el niño afirma ante todo los objetos que percibe y,
en cuanto los percibe, y él no puede, en primera instancia, hacer la hipótesis
de que no son. El niño no puede hacer hipótesis
hasta tanto no pueda distinguir: a) el objeto percibido, b) de la posibilidad
(o idea abstracta) del objeto, lo que no se da en los primeros niveles de
intelección.
Por otra parte, el dominio de la atención es
una manifestación de la voluntad, eje de la actividad del sujeto y de su real
identidad (o permanencia, aún no conscientemente conocida), porque uno y el mismo es el sujeto que conoce y
el que quiere. Conocido un objeto por la percepción, surge en el sujeto humano
una actividad racional y natural: la voluntad
que produce voliciones afectivas.
En el niño, por haber sentido y conocido un objeto agradable, sin juzgarlo,
surge una adhesión afectiva benevolente: lo quiere. No hay en esta edad del
niño ni mérito, ni libertad ni conciencia: pero hay una moralidad naciente, su
voluntad da su afecto a los entes en cuanto existen en su percepción. Estos
afectos en los niños son fuertísimos, impetuosos (pues lo sienten y perciben
con todo su ser); pero son volubles, porque el objeto mismo de percepción no
es duradero[36], dado que
falta aún la construcción psicológica de la permanencia del objeto, falta el
dominio permanente de la atención del sujeto sobre el objeto. Los niños
pequeños lo quieren todo e inmediatamente, pero no por mucho tiempo: sólo
mientras lo percibe.
25. c) En tercer
lugar, aprendemos en cuanto dominamos actividades.
Las actividades no son aún el sujeto mismo en cuanto principio idéntico; pero
las actividades del sujeto no existirían sin el sujeto (que aún no es tomado en
consideración, si no hay consciencia de sí).
El hombre comienza a ejercer su capacidad de sentir desde que existe. También
conoce perceptiva y espontáneamente desde que intuye la idea del ser y existe
con un cuerpo en el que -y con el que- siente. Pero conocer no es cualquier
actividad instintiva, ni significa lo mismo que aprender. Rosmini admite
diversas actividades que se dan en el bebé, sin implicar un desarrollo
intelectivo dominado por un proceso de aprendizaje; así por ejemplo, a) el
instinto[37] que nace de
la necesidad de evitar un estado doloroso, b) el instinto que nace de la
necesidad de sentir simplemente y de gozar sensaciones agradables; c) el
instinto hacia las cosas animadas que genera la simpatía; d) el instinto de
imitación que nace de la simpatía; e) el instinto y necesidad de obrar simplemente
por placer, que encuentra en el ejercitar sus fuerzas; f) los hábitos[38].
Adviértase
que al aprender, el niño no sólo hace una actividad por la que adquiere un contenido aprehendido; sino
principalmente adquiere (apre-hende) una
forma de aprender: desarrolla una actividad creciente y la comienza
dominar y, en cierto modo a dominarse,
porque lo que domina son sus acciones, sus actividades. En este sentido,
"el arte de aprender es el arte de educarse a sí mismo: el arte de usar
las propias facultades intelectivas y morales"[39].
26. En el primer
orden lógico de intelección (de los seis meses al año), los objetos percibidos
comienzan a ser percibidos con orden; y en la primera edad psicológica de
aprendizaje el infante comienza a dominar el poner armonía entre lo que ve y
lo que siente con el tacto, el oído y el gusto. Se trata de una primera
aproximación dirigida hacia el dominio del sujeto.
Es
conveniente que los docentes (comenzando por la madre) den al bebé y al niño la
posibilidad de observar ordenadamente colores, sonidos, etc. El objeto
conocido comienza a alcanzar unidad cuando el sujeto comienza a prestar
atención a las relaciones; y entonces las facultades mismas del sujeto también
comienzan a lograr unidad. Aprender y educarse implica ir logrando una unidad objetiva en la visión del mundo
y una unidad en las posibilidades del
sujeto[40]. En este
sentido, se podría afirmar que Rosmini ha sido el padre de las escuelas de
estimulación temprana, pues lo había sugerido en 1836.
27. El segundo
orden lógico de intelección, en la concepción rosminiana, comienza al año con
el uso de los signos del lenguaje. Los conocimientos implicados en este caso
son -además de los del primer orden de intelección que persisten- los objetos
de percepción del tiempo y orden ya percibidos, más las relaciones inmediatas que se establecen entre ellos.
La
actividad del hombre no se mueve si no es excitada por estímulos, y sólo en
tanto y en cuanto (y no más) estos estímulos tienen la potencia para
excitarlo. Las cosas sensibles son estímulos necesarios y suficientes para
ser percibidos; pero ellas no nos estimulan a dirigir la atención sobre las relaciones entre las partes del
objeto, dejando una y considerando otra, o entre los objetos, o entre el
objeto y el sujeto que los piensa. Esto se logra con la ayuda de signos
arbitrarios, especialmente a través del lenguaje.
Cuando el
niño o el hombre reflexiona (re-flectere)
vuelve su pensamiento sobre un pensamiento anterior. Para que el ser humano
pueda hacer esto no es suficiente que tenga las potencias (de sentir y de
conocer) para hacerlo; se requiere además, como condición, un estímulo adecuado que lo lleve a fijar
su atención sobre una parte del objeto o sobre sus relaciones o sobre los
actos con los cuales fue conocido.
"Todo conocimiento ofrece una doble materia a las
reflexiones siguientes: los objetos conocidos y los actos con los que son
conocidos. Si bien esta materia es dada a nuestro espíritu al mismo tiempo,
sin embargo las reflexiones que hace el espíritu sobre los objetos conocidos
parecen mucho más fáciles, y se hacen mucho antes que las reflexiones del
espíritu sobre los actos con los cuales se conocen esos objetos. En resumen,
el espíritu reflexiona más bien sobre sus propios conocimientos, que no sobre
sí mismo cognoscente, y sobre sus actos cognoscitivos"[41].
28. La razón de
esto se halla en que los estímulos para volver sobre el conocimiento de los
objetos son más concretos, fáciles y eficaces, que aquellos que llaman la
atención sobre las relaciones o los actos del sujeto.
En el
primer orden del conocer, las dificultades psicológicas aparecen cuando el
niño no encuentra el objeto que desea percibir. En el segundo orden, las
dificultades psicológicas aparecen cuando el niño no recibe los estímulos
simbólicos, necesarios y suficientes, para atender a las relaciones.
Adviértase,
sin embargo, que mediante los símbolos y signos el hombre y el niño se
re-presentan (se vuelven a presentar en la mente) los objetos y relaciones,
estén físicamente presentes o ausentes. Al comenzar a manejar el lenguaje, el
niño comienza manejar la realidad en su
representación, con ausencia de las cosas mismas, a las que nombra;
comienza a abstraerse de la realidad y comienzan también las posibilidades de
error. El lenguaje se convierte además en una memoria artificial con el cual
re-trae la realidad ausente que menciona. El niño comienza a conocer cosas
actualmente invisibles.
Como
son muchas más las cosas ausentes al niño que las actualmente presentes, el
lenguaje presenta una ayuda extraordinaria, fácil y manejable, de
información, lo que acrecienta en mucho lo obtenido por medio de las percepciones
de los objetos.
29. Ahora bien,
el manejo psicológico del lenguaje, de su operatoria, lleva a un acrecentamiento
del manejo lógico de las ideas con las que nos referimos a la realidad. En
efecto, la mayoría de los vocablos de un lenguaje (a excepción de los nombres
propios, pronombres demostrativos y algunos adverbios de lugar y tiempo)
expresan ideas abstractas. Todo ello
exige un acrecentar, aprendiendo, el dominio de las facultades del sujeto que
aprende.
Todas la
ideas son universales en cuanto son
lo inteligible de una cosa. La inteligibilidad de una cosa determinada y
singular es su idea plena: es universal porque con esa idea podemos
conocer esa cosa tantas cuantas veces queramos. Pero una idea plena y universal no
es una idea abstracta. La universalidad es la inteligibilidad que se añade a una cosa; la abstracción, por el contrario, es la
consideración por separado de un aspecto o parte de la cosa. La universalidad
se produce naturalmente al darse la percepción, pues en ésta unimos la idea del
ser a las cosas sentidas, haciendo de lo sensible algo inteligible. La
abstracción, por el contrario, implica una actividad psicológica por la cual,
mediante la ayuda de los vocablos se nos llama la atención sobre alguna parte o
aspecto de una cosa ya conocida, dejando de considerar lo demás[42].
30. Los objetos
del conocimiento humano adquieren un orden
lógico natural. Un objeto material es primeramente percibido, lo que significa que tiene un elemento sensible que aporta algún sentido y un elemento universal inteligible que
procede de la innata idea del ser. Sobre ese objeto percibido (sentido e
inteligido) comienza el trabajo psicológico de comprensión lógica, que consiste en un volver (un reflexionar) del
psiquismo, gobernando la atención de la mente sobre lo conocido, para
relacionar las partes del objeto entre sí o con otros objetos. De este modo, es
posible abstraer algo de lo percibido: considerarlo en un aspecto o en otro,
generando ideas abstractas.
Según Rosmini, el niño reflexiona desde muy
pequeño, aunque no tiene conciencia de ello: "Combinar juntos dos objetos
es ya una reflexión"[43].
Así es que en el segundo orden de intelección los niños ya pueden conocer lo
grande o pequeño de un objeto, confrontando dos objetos a la vez. Esto ya
exige en el niño pequeño un notable esfuerzo psicológico de atención y
retención de la intención. Mas el niño no es aún consciente de estar él conociendo
(no se da aún conciencia de la identidad real que él es), pues no presta
todavía atención a la relación del objeto conocido con el sujeto cognoscente
(mediante el vocablo "yo"), sino que queda totalmente atraído por el
estímulo sensible del objeto.
Luego de
elaboradas algunas ideas abstractas, es posible volver (reflexionar) sobre esas
ideas abstractas y advertir o inventar nuevas relaciones, por lo que comprender se convierte en un trabajo,
psicológico y lógico, que produce un sistema
complejo de pensamientos (aspecto psicológico) y conocimientos (aspecto
lógico).
31. Las ideas abstractas son el producto de una elaboración y construcción que cada niño
va haciendo a partir de la ayuda del lenguaje utilizado en un clima social.
Conocer mediante ideas abstractas es una forma
de conocer; pero no es la invención del conocer mismo: mediante los solos
vocablos no creamos la inteligibilidad en las cosas. Solo teniendo la facultad
de conocer, mediante la innata idea del ser (la luz de la inteligencia; los
escolásticos apelaban a los primeros principios), podemos elaborar diversas
formas de conocer: una de ellas consiste en conocer en forma abstracta, considerando
separadamente las cosas o algún aspecto de ellas[44].
"Cuantos hablan al niño, provocan continuamente
que la atención del niño se coloque no sólo en un universal, sino en un abstracto.
Esta es una operación nueva para él, la cual lo lleva a las intelecciones de
segundo orden. Cuando el niño siente tantas veces llamar perro al perro de su casa; llamarlo perro hoy y mañana, cuando era pequeño y cuando vino grande...y
siente llamar perro a todos los perros,
grandes o chicos, de un pelamen o de otro... entonces llega el tiempo en que
su mente, ante tanta variedad de objetos, fija lo único por lo que se usa el
mismo nombre. Él abstrae a fuerza de oír la misma palabra aplicada diversamente
a lo que forma el elemento común de los perros (la naturaleza canina)"[45].
32. Consecuentemente
con esto, surgen normas para la ciencia y el arte de enseñar: la didáctica.
A veces la actividad intelectiva del niño requiere
su tiempo, lo que resulta tedioso para el docente que desea imponer, con su
autoridad, un ritmo que no posibilita al niño aprender. Otras veces el docente
grava la memoria del niño con mucho material (sin dar trabajo a la inteligencia,
la cual sólo aspira a entender relacionando las cosas), lo que resulta
molestísimo, fatigoso, cruel e inhumano para los niños. Unas veces se enseña
con un material muy superior a la inteligencia del niño, esto es, se le exige
comprender órdenes de intelección superiores a lo que ha alcanzado,
"por lo que no entiende absolutamente nada, excepto palabras". Otras
veces, la atención de los niños no recibe el medio y estímulo adecuado para
atender el aspecto sobre el cual se le quiere llamar la atención. Finalmente
aun cuando se le proponga a la joven inteligencia conocimientos convenientemente
ordenados, con recursos adecuados a la atención de los niños, éstos no aprenden
porque el docente los hace pasar de un conocimiento a otro, sin advertir si
los niños comprendieron lo primero que sirve de base a lo segundo; sin
advertir si llegaron a penetrar en ello y a recuperarse del desconcierto
que produce toda idea nueva[46].
Rosmini
estaba convencido de que la educación y el aprendizaje debían ser, por una
parte, negativos, "no pretendiendo o exigiendo del niño lo imposible";
pero, por otra parte, debían ser positivos, no adulando a la naturaleza humana,
sino reconociendo las conductas defectuosas y ayudando en la corrección.
"La voluntad se pliega espontáneamente a las disposiciones benignas y
malignas, por lo que muestra también ella una mezcla de bien y de mal"[47].
La educación se va dando, pues, como una preparación para el ejercicio de la
libertad en la elección de valores objetivos, respaldados en el ser de las
cosas y acontecimientos[48].
33. Cabe destacar
la importancia del pensamiento de Rosmini, por lo que implica de sagacidad
psicológica y lógica al reflexionar sobre la elaboración de la idea del yo, la
toma de conciencia de la permanencia real del sujeto, no obstante la diversidad
de sus actos.
Es también actual la importancia que Rosmini
otorgaba a la función del lenguaje, entendido como medio para la elaboración de
ideas abstractas, en particular para concentrar la atención sobre él mismo que
realiza acciones sobre objetos que se distinguen de él.
Indudablemente Rosmini adelantó cuestiones y
precisiones que sólo en el siglo veinte fueron objeto de reflexión filosófica,
como las implicada en el análisis y función del lenguaje.
34. No se puede
ignorar, además, la elaboración, por parte de Rosmini, de una concepción
integral de la educación: de la mente, del corazón y de la vida volitiva y
libre. Él ha pensado, con detenimiento, -de lo que hemos hecho aquí solo una
sucinta mención- al ser humano en la posibilidad de construirse y constituirse
como un sujeto unificado y permanente, en la construcción de su yo y en la
aceptación de la diversidad.
Ha insistido en la importancia del logro de la propia identidad y en el respeto
por la diversidad, base para la conducta moral y para la imputación de las
acciones a los sujetos, sin la cual resulta imposible la vida social.
Ha insistido, además, en tener en cuenta la
gradualidad en las formas de conocer de los niños, para poder facilitarles la
construcción de los conocimientos y en la aprehensión del dominio de sí mismo,
a lo cual tiende la educación.
Rosmini tendía a pensar el constructivismo de
los conocimientos no como un logro aislado, sino como un paso para el logro de
la identidad propia, y del dominio moral de las personas sobre sí mismas en la
interacción con el medio, sin lo cual podríamos hablar de instrucción pero no
de educación.
35.- En la época actual, el proceso de
elaboración de la propia identidad recurre a medios nuevos, especialmente los
digitales y virtuales. Los recursos varían, los medios lo aceleran, la fase
heterónoma de la proyección de los ídolos admirados se virtualiza; pero sigue
existiendo la necesidad de una construcción de la propia imagen, de la
concepción de la propia permanencia, sin la cual no es posible llegar a la
conciencia de la propia responsabilidad social[49].
Por cierto que la filosofía de la
posmodernidad ha tenido que reflexionar sobre la posibilidad de la identidad
cuando la presencia del sujeto, como permanente es puesta en duda, en las
culturas del primer mundo[50].
La problemática relacionada con la flexibilidad en la concepción del género
también nos lleva a reflexionar sobre la construcción de la identidad[51].
* CONICET, Univ. Centro latino-americano (Rosario, Arg.)
Ndr : W. R. Daros a publié de
nombreux ouvrages sur la philosophie et l'anthropologie de l'éducation, et sur
l'ontologie et la théorie de la connaissance, particulièrement chez Rosmini
dont il est spécialiste (v. sur ce site le CFER), en comparaison avec de
nombreux auteurs : v. encore récemment un volume sur Locke, puis un autre sur
Rorty (avec la préf. de J.-M. T., éd. UCEL, Rosario, 2002).
___________________________
© THÈMES II/2006
[1] La presente artículo forma parte de una
investigación más amplia titulada En la
búsqueda de la identidad persona propiciada por el Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Argentina.
[2] ROSMINI, A. Filosofia del Diritto. Padova, CEDAM, 1967, Vol. I, p. 191.
[3] Cfr. TRIGEAUD,
Jean-Marc. Nature, personne et droit
premiers, selon l´ordre des pensées: “... De tels droits premiers
rassemblant au fond les vérités qu'une science juridique élémentaire de la
personne et de la nature de l'homme et des choses enseigne à travers
définitions et topiques dotées d'une
structure transversale et commune”. ACTAS DEL SIMPOSIO INTER.NACIONAL DE FILOSOFÍA.
Rosario (Argentina), UCEL, 2006, Vol. II, p. 104. Cfr. TRIGEAUD, J-M. Droits premiers. Bordeaux, Éditions
Bière, 2001.
[4] Cfr. TRAVIESO, J. A. El derecho a la identidad. Un enfoque jurídico en Encrucijadas UBA, 2002, nº 15, pp.
14-21. En el Código Civil Argentino
(sancionado inicialmente en 1869 por la Ley 340), establece en la Lley 24.540
(Art. 1) que “todo niño nacido vivo o muerto y su madre deben ser identificados de acuerdo con las
disposiciones de la ley”.
[5] ROSMINI, A. Antropologia in servizio della scienza morale. Roma, Fratelli
Bocca, 1954, nº 778-779, 788, 526-529.
[6] ROSMINI, A. Princìpi della scienza morale e storia comparativa e critica dei
sistemi intorno al principio della morale. Milano, Fratelli Bocca, l941,
p. 87.
[7] ROSMINI, A. Del principio supremo della metodica e di alcune applicazioni in servigio
dell'unama educazione. Torino, Società editrice di libri di filosofia,
1857, nº 97.
[8] ROSMINI, A. Del principio supremo della metodica. O. C., nº 110, 264.
[9] ROSMINI, A. Del principio supremo della metodica. O. C., nº 311.
[10] ROSMINI, A. Princìpi della scienza morale e storia comparativa e critica dei
sistemi intorno al principio della morale. Milano, Fratelli Bocca,
l941, p. 195. Cfr. ROSMINI, A. Eudemonologia.
Gaeta, Bibliotheca, 1997. ROSMINI, A.
Trattato della coscienza morale. Roma, Città Nuova, 1991.
[11] ROSMINI, A. Epistolario filosofico. Trapani, Cebeles, 1968, p. 174-175.
[12] ROSMINI, A. Del principio supremo della metodica. O. C., nº 169.
[13] ROSMINI, A. Del principio supremo della metodica. O. C., nº 313.
[14] ROSMINI, A. Del principio supremo della metodica. O. C., nº 314. Cfr. GARCÍA
SERRANO, M. Yo e identidad personal
en Theoria, 1996, n. 26, p. 163-189.
HALPERIN, P. – ACHA, O. (Comp.) Cuerpos,
géneros e identidades. Bs. As., Signo, 2000. TAYLOR, R. Fuentes
del yo: la construcción de la identidad moderna. Barcelona, Paidós, 1996.
[15] ROSMINI, A. Del principio supremo della metodica. O. C., nº 315.
[16] ROSMINI, A. Del principio supremo della metodica. O. C., nº 384. Cfr.
GRINBERG, L. – GRINBERG, R. Identidad y
cambio. Bs. As., paidós, 1976.
[17] Las mayúsculas se hallan en el texto
original. Esto indica la relevancia que Rosmini le atribuía a la idea del yo y
de la identidad, dado que en todas sus obras muy raramente utiliza este
recurso. ROSMINI, A. Del principio
supremo della metodica. O. C., nº 385.
[18] ROSMINI, A. Del principio supremo della metodica. O. C., nº 419. Cfr. ERIKSON,
E. Identidad, juventud y crisis. Bs. As., Paidós, 1991.
HORSTEIN, L. Narcisismo. Autoestima, identidad, alteridad. Barcelona, Paidós,
2000.
[19] ROSMINI, A. Del principio supremo della metodica. O. C., nº 421. Cfr. CRUZ, M.
Hacerse cargo. Sobre la responsabilidad e
identidad personal. Bs. As., Paidós, 1999.
[20] ROSMINI, A. Del principio supremo della metodica. O. C., nº 423. Cfr. DAROS,
W. R. Introducción crítica a la
concepción piagetiana del aprendizaje. Rosario, IRICE, 1992, p.93-100.
[21] ROSMINI, A. Del principio supremo della metodica. O. C., nº 424 nota 1. Cfr.
BRAILOVSKY, A. Identidad. Bs. As., Sudamericana,
1980. BREZINKA,
W. Metatheorie der Erziehung. München, Basel, 1978. COLLER, X. - CASTELLÓ, R. Bases sociales de la identidad dual en Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 1999, nº 88, p.
155-184.
[22] Cfr. TURKLE, S. La vida en la pantalla. La construcción de la identidad en la era de
Internet. Barcelona, Paidós, 1997. VIDARTE, V. (Ed.) Las identidades del sujeto. Valencia, Pre-Textos, 1997.
[23] ROSMINI, A. Del principio supremo della metodica. O. C., nº 425. Cfr.
BERNSTEIN, B. Pedagogía, control
simbólico e identidad. Madrid, Morata, 1998. COHEN, A. Self Consciuosness: An Alternative Anthtropology of Identity. London, Routledge, 1994.
[24] GIDDENS, A. Modernidad e identidad del yo. El yo y la sociedad en la época contemporánea.
Barcelona. Península, 1997. DAROS, W. Ideología,
práctica docente, y diferencias culturales. Del discurso humano a la acción
humana de enseñar democráticamente. Rosario, Artemisa, 1997. LÓPEZ DE LA
OSA, R. Ciudadanía, identidad colectiva y
pluralismo en Estudios Filosóficos,
1999, nº 139, p. 461-487. STEINBERG, S. – KINCHELOE, J. (Comps.) Cultura infantil y
multinacionales. La construcción de la identidad en la infancia. Madrid, Morata, 2000.
[25] Cfr. MARDUCHOWICS, R. Revalidar la identidad cultural en Cuadernos de Pedagogía, 2000, nº 297, p. 32-36. Mc LAREN P. Pedagogía, identidad y poder. Los educadores frente al multiculturalismo.
Rosario, Homo Sapiens, 1999. Mc LAREN, P. Hacia
una pedagogía crítica de la formación de la identidad posmoderna en Cuadernos, 1994, n. 1, p. 1-93.
NUNER-WINKLER, G. Juventud e identidad
como problemas pedagógicos en revista Educación,
(Tübingen), 1992, n. 45, p. 52-69.
[26] Cfr. ORTEGA, F. Una identidad sin sujeto en Cultura
y Educación, 1999, nº 14/15, p. 129-145.
[27] Cfr. RACEDO, J. et al. Los alfabetos sociales de la identidad. Tucuman, Cerpacu, 1994. RASOOL,
N. Flexible identities en British Journal of Sociology of Education,
1999, nº 1, p. 23-37. ROMO
TORRES, R. Identidad como problema en la
obra de Paulo Freire. Un diálogo epistmeológico-pedagógico en Revista de Tecnología Educativa, 1999,
nº 3-4, p. 371-388.
[28] DURKHEIM, É. Educación como socialización. Salamanca, Sígueme, 1976, p. 98.
[29] Cfr. DAROS, W. R. La autonomía y los fines de la educación. Con prólogo de Giuseppe Vico.
Rosario, Ediciones CERIDER, 1997.
[30] FERRIÈRE, A. L´ école active. Neuchatel. Delachaux et Niestlé, 1969, p. 116 y 126.
[31] Cfr. DAROS, W. Exigencias filosóficas para determinar 'lo psicológico' en el proceso
de aprendizaje, en Sapientia,
1984, Vol. 39, p. 193-216. COLL, C. Psicología
y didáctica: una relación a debate en Infancia
y Aprendizaje, 1993, n. 62-63, p. 59-73.
[32] ROSMINI, A. Del principio supremo della metodica, o. c., p. 60, n.95, nota 1;
p. 66, n. 110.
[33] Idem, p. 295, nota 1. Cfr. ROSMINI, A. Il rinnovamento della filosofia in Italia.
Lodi, L. Marinoni, 1910, p. 192-193.
[34] ROSMINI, A. Del principio supremo della metodica, o. c., p. 67-68, 159.
[35] ROSMINI, A. Logica, o. c., Vol. II, p. 56, n. 882.
[36] ROSMINI, A. Del principio supremo della metodica, o. c., p. 88, n. 140. FLORES
D´ARCAIS, G. Rosmini e Rousseau: la
critica all'adultismo en Pedagogia e
Vita, 1955, Lug. p. 424.
[37] Rosmini considera al instinto una
espontaneidad motriz vital de todo sujeto que siente; ella nace de la
sensibilidad del sujeto. Por su naturaleza es una potencia ciega; pero en el
hombre lo que se da es el instinto humano, el cual, si bien es ciego en cuanto
es instinto, sin embargo se asocia a algún conocimiento con el cual proseguir o
terminar su acción espontánea. El instinto continúa una acción o bien la
excita. ROSMINI, A. Psicologia. Milano, Fratelli Bocca,
1941, Vol. I, nº 317; Vol. II, nº
1067, 1091, etc.
[38] ROSMINI, A. Del principio supremo della metodica, o. c., p. 79, n. 131. Cfr.
ROSMINI, A. Antropologia, o. c., p.
252-326, n. 367-495. ROSMINI, A. Psicologia.
Op. Cit., Vol.
II, p. 133-141, n. 1066-1090.
[39] ROSMINI, A. Logica, o. c., n. 870.
[40] Idem, p. 90, n. 144.
[41] Idem, p. 98, n. 159. Cfr. CASOTTI, M. I capisaldi della pedagogia rosminiana en Pedagogia e Vita, 1955, n. 5, p. 397-409. JOLIVET, R. Introduction à la philosophie de A. Rosmini en
Giornale di Metafisica, 1952, n. I,
p. 76-105.
[42] Cfr. ROSMINI, A. Nuovo Saggio, o. c., n. 489-493.
[43] ROSMINI, A. Del principio supremo della metodica, o. c., p. 120, nota n. 4.
[44]Cfr. DAROS, W. Verdad y crítica en la construcción de los conocimientos al aprender
en Rivista Rosminiana di Filosofía e di
Cultura, 1996, Fasc. I, p. 15- 48.
[45] ROSMINI, A. Del principio supremo della metodica, o. c., p. 109, n. 173.
[46] Idem, p. 122-123, n. 186.
[47] Idem, p. 137, n. 205-206.
[48] Cfr. GARGANO, N. Libertà. Sua base e suoi limiti in A. Rosmini. Isola del Liri,
Edit. Pisani, 1946.
[49] Cfr. McLAREN, P. Pedagogía,
identidad y poder. Los educadores frente al multiculturalismo. Rosario,
Homo Sapiens, 1999. CRUZ, M. Hacerse
cargo. Sobre la responsabilidad e identidad personal. Bs. As., Paidós,
1999. LARRAÍN
IBÁÑEZ, J. Modernidad, Razón e Identidad
en América Latina. Santiago de Chile, Andrés Bello, 1996. DE PABLOS PONS,
J. Las nuevas tecnologías y la
construcción de la identidad cultural en BORDON. Revista Española de Pedagogía, 1999, nº 4, p. 417-434.
[50] Cfr. ORTEGA, F. Una identidad sin sujeto en Cultura
y Educación, 1999, nº 14/15, p. 129-145.
[51] Cfr. DUGEON,
P. Y OTROS. El aprendizaje de las
identidades y las diferencias en LUKE, C. (Comp.) Fenimismos y pedagogías en la vida cotidiana. Madrid, Morata, 1999. MARTIN, R. – BARRESI, J. (Eds.).
Personal Identity. Oxford, Blackwell, 2003. COLMEIRO, J. Memoria histórica e identidad cultural. De
la postguerra a la posmodernidad. Batrcelona, Anthropos, 2005.